La Fábrica de Santa Claus en el Polo Norte, amenazada por la crisis climática.

Por Julián D’Angelo

Secretario Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Universidades por la RSE (RedUniRSE)

 

Estamos a pocos días de la Navidad, una ocasión en la que los cristianos celebramos el misterio de la Encarnación, es decir, el momento en que Dios nos envió a su Hijo en forma humana para mostrarnos su amor infinito y su deseo de salvarnos.

Sin embargo, en las últimas décadas, la literatura, el cine y la televisión han resignificado extrañamente el espíritu navideño, restando centralidad al nacimiento de Jesús y enfocando las tradiciones en la llegada de Santa Claus. A tal punto de que, en las películas de Hollywood, tan presentes en esta época del año, no aparece un pesebre ni se menciona al Niño Jesús.

La tradición de Santa Claus entregando los regalos a niños y niñas en la noche del 24 de diciembre, como es sabido, se remonta a la figura del obispo católico de la ciudad turca de Mira, San Nicolás. Sin embargo, fue extendida a comienzos del siglo XIX en los Estados Unidos, adonde había llegado un siglo antes gracias a inmigrantes holandeses.

También en el siglo XIX surgió el relato que ubicaba a la fábrica de juguetes de Santa Claus en el Polo Norte, territorio aún inexplorado en aquel entonces, cuestión que fue popularizada por cuentos, películas y avisos publicitarios.

Algunos podrían decir que esa enorme fábrica, llena de cintas transportadoras y herramientas mágicas, donde se escucha música navideña y los elfos trabajan todo el año fabricando juguetes, es un simple relato para niños. Pero lo que no es un relato para niños, es que ese ecosistema hoy está severamente amenazado por la crisis climática.

Un reciente estudio publicado en la revista Nature revela que los plazos de deshielo en el Polo Norte se están acelerando. Para 2027, se estima que el Ártico experimentará su primer verano sin hielo marino.

La ausencia de hielo en el Ártico podría tener un impacto significativo en los ecosistemas y en el clima global, alterando patrones meteorológicos esenciales. Los científicos prevén que 2024 será el año más caluroso jamás registrado. En noviembre, la temperatura media global fue de 14,10 °C, superando en 0,73 °C el promedio del mes entre 1991 y 2020, según el Servicio de Cambio Climático de Copernicus. Además, la temperatura media global del aire en la superficie del planeta fue 1,62 °C superior a los niveles preindustriales, marcando el decimosexto mes en 17 meses en que se supera el límite de 1,5 °C establecido por el Acuerdo de París.

Los océanos también han estado anormalmente cálidos durante más de un año, consecuencia directa de la crisis climática y del calentamiento por efecto invernadero. Absorben más del 90% del exceso de calor generado por los gases de efecto invernadero (GEI) de origen humano y alrededor del 25% de las emisiones de dióxido de carbono (CO2), lo que intensifica su calentamiento.

En agosto, las superficies congeladas del Ártico y el Antártico se redujeron en un 17% y 7%, respectivamente. Este deshielo es un reflejo de la velocidad sin precedentes a la que el hielo marino del Ártico desaparece, con una disminución de más del 12% por década debido al aumento de las emisiones de GEI.

En septiembre, el Centro Nacional de Datos sobre Nieve y Hielo de Colorado informó que el día con la menor cantidad de agua marina congelada en el Ártico fue uno de los más bajos registrados desde 1978, con 4,28 millones de kilómetros cuadrados. Aunque este mínimo estuvo por encima del récord histórico de 2012, evidencia la gravedad del problema.

Hace dos años, la UNESCO destacó el acelerado deshielo de los glaciares en sitios declarados Patrimonio Mundial. Según un estudio realizado en colaboración con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), un tercio de estos glaciares desaparecerá para 2050. Desde el año 2000, los glaciares están retrocediendo a un ritmo alarmante debido al aumento de las temperaturas causado por las mayores emisiones de GEI. Actualmente, pierden 58.000 millones de toneladas de hielo al año, contribuyendo a casi el 5% del aumento del nivel del mar a nivel mundial.

Cerca de la mitad de la población mundial depende directa o indirectamente de los glaciares como fuente de agua para consumo doméstico, agricultura y energía. Además, los glaciares son pilares fundamentales de la biodiversidad, al sustentar numerosos ecosistemas.

En este contexto, no es solo la fábrica de juguetes de Santa Claus la que está en riesgo debido a los severos cambios climáticos provocados por el calentamiento global. En estas fechas, espero que esta metáfora nos sirva como un llamado a la toma de conciencia. El tiempo apremia, y cada actor, especialmente las empresas, debe asumir su responsabilidad para evitar un colapso climático que afectará tanto a las generaciones presentes como a las futuras.